Ha pasado por Madrid para el ciclo de Ibermusica la orquesta filarmónica de Múnich para exhibir su sello de calidad con magníficos resultados a las órdenes de un prometedor director, ya consagrado como uno de los mejores de su generación, el israelí Lahav Shani con dos programas en sendos días. No pude asistir al primero pues me coincidió con otro de lied ya comentado aquí. Me referiré al segundo pero me llegan noticias que el primero fue todo un éxito.

   Ateniéndome a este último el programa, muy bien escogido para el tiempo que dura normalmente un concierto que se siga sin fatiga, consistió en el concierto para piano número primero de los de Juan Sebastián Bach y la última sinfonía de las de Anton Bruckner  la numero nueve del catálogo.  Tengo para mí que en  ambos  está la demostración por partida doble de las dos cualidades del director: un pianista fuera de serie y un director llamado a ser un grande en el futuro si es que ya no lo es en el presente. El concierto número uno de Bach escrito para el clave es una pieza de toque para cualquier intérprete. Dejare a un lado  el debate de si es mejor interpretar a Bach con el clave o con el piano porque  decantarme por uno u otro no lleva a ningún buen puerto si se ejecuta con técnica, arte y adecuadamente al estilo que no significa que el sonido sea igual con uno u otro instrumento. Lahav Shani, acompañado con la cuerda de la orquesta, en número reducido pero suficiente dejo sobre la mesa un concierto espectacular en tempo técnica  y vitalidad, (maravillosos ataques de la mano izquierda) como el que quiere inferir vida a unos pentagramas únicos. Lo digo porque en general se suele interpretar esta obra más tranquilamente, seguramente para dejar salir todo el tejido de las frases de la enrevesada partitura. Esta vez haciendo alarde de una técnica fuera de serie atacó los tiempos primero y ultimo con una resolución única sin que fallara una sola nota. Lució contraste en el segundo tiempo, adagio, haciendo resaltar las cuerdas de la orquesta. Después vino una exhibición fantástica  de la orquesta. Dirigida de memoria,  la grandiosa sinfonía de Bruckner sonó monumental, empastada con lucimiento de los diferentes instrumentos con sus tutti fenomenales y sus contrastes en pianissimo que dejaron a la sala sin respiración. La sinfonía era la última de verdad pues quedo inconclusa. Bruckner había compuesto los dos primeros movimientos cuando le sorprendió la muerte. Afortunadamente se pudo trabajar con unos bosquejos lo suficientemente explícitos para poder configurarse el último. Muy bien escogida la obra para pulsar el estado de una orquesta por parte del director, el objetivo se dio ampliamente conseguido haciéndonos ver que no todas las orquestas son iguales y que la filarmónica de Múnich esta hoy a la altura de las mejores de Occidente. Lahav Shani recogió los calidísimos aplausos de un público maravillado con el poderío del conjunto y la labor inestimable del director.