Fiel a su cita con el ciclo de grandes intérpretes de Scherzo, cada año sobre el mes de febrero Grigory Sokolov el magnífico pianista de san Petersburgo, ha dejado su huella en el auditorio Nacional con un concierto redondo, desplegando un programa inusual. Obras de William Byrd y de Brahms.
Todas sus visitas tienen previamente un halo de sorpresa pues este genio del teclado mantiene en reserva su repertorio hasta muy avanzada la fecha del recital. Esto lo conseguía hace unos años en los que llegábamos al auditorio sin saber lo que iba a tocar. Me imagino que la tecnología y la inmediatez de la información, hoy al instante, le han frustrado el empeño y hoy se sabe con unas semanas de antelación.
Fue una sorpresa la primera parte. Obras del compositor británico (no hay muchos famosos) de la época Tudor William Byrd. Obras menores, una serie de pavanas y gallardas pero absolutamente infrecuentes. El mérito, aparte se seleccionarlas con cuidado y estudiarlas al detalle, es saber trasponerlas a la época dela reina Isabel el I de Inglaterra e interpretarlas hoy como se vieron o sonaron en la época. Las obras estaban como en un campo lleno de minas invadidas de adornos y trinos que penetran en las melodías y el aire de las pavanas. Obtuvo un fuera de serie resultado por la claridad diamantina de los mismos. Dio una auténtica lección. Marchose al descanso y luego vino el contraste: las cuatro baladas y dos rapsodias de Johannes Brahms de las que no se puede poner una pega a la categoría de su lectura. Los ataques, el juego de los pedales el equilibrio en la las texturas y una mano izquierda portentosa sin excesos coronaron el concierto. El público, volcado desde el principio le dedicó más que calidísimos aplausos que no dejaban marchar al queridísimo maestro. Que por favor vuelva al año que viene. Dios le guarde.