La ópera de Verdi ha abierto esta temporada como ha venido haciendo últimamente con obras de este compositor, al objeto de crear afición con títulos imbatibles que generen expectación. En este caso Otelo de Shakespeare es el reclamo que  utilizó en una de las tres últimas operas d Giuseppe Verdi (las otras Falstaff y Don Carlo),

 Verdi había estado algunos años sin componer operas cuando se puso a ello. Y loro una obra con todas las partes que se llevaban en la época, arias diálogos de la trama tercetos concertantes, coro y orquesta sonoramente potente, todo ello adecuado a la trama, lo cual no era difícil pues se lo allanaron el autor inglés- monstruo del drama de todos los tiempos- y el amigo y compositor también Arrigo Boato.

   A mi humilde entender no le salió la más redonda de sus coetáneas pero lo que si entraña es una dificultad grande para los solistas (especialmente el protagonista) y para la soprano y barítono que enredan la historia. En resumidas cuentas: teatralidad, dramatismo fiel a la tragedia y al problema de los celos que si se logran metiendo por medio coros y grandiosidad para cuadrar los mimbres.

  Todo esto se reflejó en la representación a la que asistí. Empezare con lo peor. La triste escenografía con un solo decorado en los cuatro actos. Mortecino de luz, dando sensación de haber sido usado varias veces, gris y que no supo rodearse de algo de color en el vestuario o que avivara  las tablas con todo el mundo con trajes de corte militar pero de campaña. Además la dirección de escena se limitó a mover poquísimo a los cantantes y sin embargo embarcar al coro a movimientos bailables, tan difíciles de armonizar cuando de masa se trata. A todo esto se le añadió un ballet de soldados y una gitana perfectamente prescindibles y fue muy difícil saber en la escena primera del coro quienes eran sus solistas y quien debía o no destacar. Por suerte entraron bastante a tiempo y bien empastados y esto fue lo que le  libró de rayar en lo ridículo.

  Después los solistas masculinos. Quitando a los que se encargaron de papeles secundarios que cumplieron en sus cometidos por afinación y adecuada voz,  el barítono importante en el papel de Yago dijo su parte con soltura, buena voz y buenas dotes actorales  aunque le faltaba un punto de empaque y rotundidad en los graves, sin que desmereciera ni desmayara en su largo rol. El tenor protagonista  Brian Jade (del que se nos anunció por megafonía que estaba afectado de alergia) encaró su difícil papel con buena línea de canto, en centro poderoso salvando en todo momento la tirante tesitura y llego sano y salvo hasta el final aunque debemos evitar toda comparación con otros tenores aún vivos que hicieron de este papel una autentica creación, por carácter y cualidades actorales que requiere el drama. Sin  embargo llego la hora de Desdémona encarnada por la soprano Asmik Grigorian, y aquí se abrió el cielo y creímos estar en manos de una voz angelical que  resultó esplendida por todos los conceptos. Ella liberó la función y consiguió el efecto de transitar de lo normal a lo apoteósico. Qué Maravilla ¡¡Todo lo que se diga es poco. Fue la triunfadora rotunda de la tarde  logrando arrancar el más que vivo entusiasmo del público, que no cesaba de aplaudirla asimilando lo que había vivido y escuchado. Todavía no se lo creía. Ese fue el momento mejor de la ópera y de Verdi, que junto a la tragedia del autor inglés fueron lo más redondo de la velada.

 P.D. Antes de publicar la crónica anterior tengo que hacer mención al recital de lied al que a acudimos al teatro de la Zarzuela del barítono francés Stephen Degout para el que elaboró un variado programa de interesante audición, Los Liederkreis de Schumann, obras de Guy Ropartz, Rita Strohl junto con diversas canciones de Ravel Y Debussy. Como buen francés hizo despliegue de su bonita, envidiable y segura voz en las obras de sus paisanos en los que desarrolló todos sus medios (agudos  excelentes, graves amplios y línea de canto elegante y muy bien medida) no sin antes habernos demostrado su arte ante la música de Schumann para que no se dijera que todo quedaba para Francia. En ellos brilló y destacó en lo suyo. Estuvo en todo momento magníficamente acompañado por el pianista también francés Cedric Tiberghien. Los dos brindaron una canción de propina, también, como no, del francés Héctor Berlioz. Velada grata y exitosa con fragancias de nuestro país vecino. Una autentica delicia